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#CríticaDeMiércoles: Tebasland

Perita, ¿saliste más temprano de la ofi hoy? Te recuerdo que hoy es juerves de teatro y tu cuerpo lo sabe. Si estás por Jesus María te cuento que hay un teatro super cool, super healthy (no, mentira) cercaza al Real Plaza de Salaverry como para que luego te vayas a tomar un cafecits: el teatro del Centro Cultural de la Universidad del Pacífico. Ahorita lo que están presentando es Tebas Land, obra del dramaturgo franco-uruguayo Sergio Blanco. ¿Te suena? Entonces eres un teatrero como yo, porque no es la primera vez que la montan en Lima. La directora Gisela Cárdenas nos trae la versión limeña con las actuaciones de Emanuel Soriano y José Manuel Lázaro, quienes tienen a su cargo el contar esta versión contemporánea de la tragedia griega Edipo Rey (el que mata a su padre y se casa con su madre, ese mero). Lo esencial (y difícil) de esta obra está en la construcción metateatral, pues el texto juega todo el tiempo con el escenario de lo real y lo ficcional; desde la primera intervención (con la luz de la sala prendida) se nos vende el “cuento” de que lo que veremos es un hecho real, que el personaje que nos relata esto no es un personaje sino que es un director/dramaturgo, lo que causa que uno como espectador se involucre al punto de perderse en el tiempo realidad/ficción que propone el texto. 

Si tú también viste el montaje original durante en el FAE Lima 2017, te habrás dado cuenta que la propuesta de Cárdenas no se aleja la versión uruguaya. La escenografía responde a los requerimientos que el mismo texto demanda (el personaje del director expresa verbalmente que han tenido que colocar una celda muy bien equipada por seguridad) y se crean dos espacios, el de la cárcel y el de la oficina/sala de ensayos del director. Ambos funcionan muy bien y se instalan en relación a las luces y los objetos; la calidad del escritorio y la manera en la que está construida la celda, por ejemplo, aportan a la credibilidad que se quiere lograr. Así mismo, Cárdenas no abandona el uso de recursos audiovisuales para anclar el potencial de la obra. Es aquí donde la directora acierta al incluir proyecciones a tiempo real conectadas con la cámara que es manipulada por los mismos personajes durante la obra y con las cámaras de seguridad que nos muestran distintos puntos del Centro Cultural (incluyendo el interior de la sala). La intención de dar una cuota de realidad se logra bajo este recurso, pues se evidencia que lo que se proyecta no es más que lo que está ocurriendo en ese momento y que, por ende, la manipulación de las cámaras es real.


No obstante, donde el juego realidad/ficción entra en una zona peligrosa es en la actuación y la dirección de actores. José Manuel Lázaro, en el personaje del director-dramaturgo, hace uso de su naturalidad para dar una cuota de verosimilitud a la construcción de su personaje, tiñéndolo de su cadencia natural y sus gestos; esto se hace evidente, por ejemplo, al decidir evidenciar el marcado acento extranjero del actor y utilizarlo como característica del personaje. Lázaro no “construye” el personaje del director, él es el director y se lo deja claro al público desde el primer momento. Este recurso funciona para los momentos en los que el personaje se dirige a los espectadores y se evidencia en la comodidad y la fluidez con la que el actor se desenvuelve en estos momentos. Sin embargo, cuando el actor entra en el juego de la ficción (los encuentros con Martin y los ensayos con el actor que lo interpretará), pierde esta naturalidad y aparece una sobredimensión en los gestos, reacciones y acciones del personaje, una “teatralidad” que descuadra y desencaja frente a la naturalidad y fluidez de Emanuel Soriano, quien interpreta al actor que interpreta a Martin. Soriano destaca por el manejo de sus dos personajes y la facilidad con la que puede entrar en la piel de uno y pasar al otro; entra al juego de la ficción y la realidad de lleno, logrando credibilidad en tanto que como espectadores ya no sabemos si se trata del actor o de Martin o del actor interpretando a Martin. El juego de ficción/ realidad se crea a través de la excelente interpretación de Soriano, pero choca frente al lenguaje diferenciado utilizado por Lázaro, quien se despliega sobre una actuación ordenada, que busca cumplir con el ritmo pautado de la obra y con las intenciones ya marcadas previamente. Definitivamente, el juego de Soriano es más disfrutable de observar.

Sobre la elección de los actores, es curioso verlo al detalle. José Manuel es director, dramaturgo y profesor en una Universidad tal cual su personaje. Su condición poco mediática ayuda a que, quien vaya a ver la obra, crea realmente que este señor es quien dice ser y que lo que está contando es un hecho real, lo cual ayuda al juego realidad/ficción. Por el caso contrario, Emanuel Soriano es quizá en este momento el actor más cotizado del Perú; lo vemos en teatro, cine, televisión y publicidad. Cárdenas hace caso omiso de la condición mediática de Soriano, lo que dudo haya sido obviado por su parte; esto solo nos dice que para Cárdenas el juego que se crea naturalmente con el público (el creerse que quien está en escena es un reo de verdad) no es algo fundamental. Para efectos de lo que el texto demanda, hubiese sido interesante encontrar un actor con el que se pudiera realizar este juego; no obstante, la actuación de Soriano logra que te olvides del actor para pensar en Martin, el personaje, como persona y te conmueva con su historia. 

Y es que su historia logra ser contada a cabalidad. Son claros los momentos de angustia que pasan los personajes y el desarrollo de los mismos funciona en relación a los saltos de tiempo, que si bien no responden a un modo convencional de teatro al que estamos acostumbrados a ver en la cartelera limeña, se logran entender y como espectador, te logras enganchar. La dirección de Cárdenas acierta en este aspecto al mostrarnos una historia clara, que se vale del recurso testimonial ficticio para ser contada. Sin embargo, al estar frente a una obra que rompe con los parámetros convencionales de una obra clásica de estructura aristotélica, podría haber aprovechado y tomado más licencias con respecto a la concepción del montaje, a nivel general y actoral, para alejarse de la versión original también.

Cárdenas nos muestra una Tebas Land mucho más enraizada al tema de la violencia, en correspondencia a lo que vivimos hoy en nuestra ciudad. El tema del amor filial predomina por sobre el estilo y la estructura misma de la obra, por lo que su intención no termina de ser clara. Insisto, una vez más, en el juego que ofrece el mismo texto sobre lo real y ficcional y que esto es pieza clave para la construcción de la historia, que no termina de estar lista si no es con el público de esa función. La adaptación peruana de Tebas Land funciona correctamente, pero la propuesta no resulta del todo novedosa los que tuvimos la oportunidad de ver el montaje original.

No obstante, ¡tienen que ir al teatro y comprobarlo por ustedes mismos!

La Pera 💋


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